La historia de los pueblos suele ser algo más que el registro minucioso de datos y hechos.
Hay que entrar en la maraña de sus alegrías y sus llantos, de sus sueños y desilusiones, de sus fracasos y sus esperanzas.
Pilpilco fue un pueblo minero de la provincia de Arauco; hoy no existe. Huellas de sus habitantes aún pueden rastrearse, pero la comunidad debió disolverse ante el agotamiento de los mantos de carbón.
Olvidada quedó una placa de metal: “1944; COMPAÑÍA CARBONERA PILPILCO”.
Entonces era un lugar rodeado por vegetación pura, la chilena, antes de la llegada destructora de la mano del hombre; se apreciaban coigües, avellanos, lingues, arrayanes… Tenía casas con techos de chupones; eran el albergue de sus habitantes primeros.
Ellos escucharon una vez lo del carbón. Les dijeron que traería el avance y sería fuente de trabajo para muchos.
¿Dónde? -preguntaron.
El lugar se llamaba en sus comienzos “ Zapallo Sur”; luego pasó a llamarse “Zapallo Norte”, nombre que duró un poco más; pero a la larga se quedaría con aquel con que murió: Campamento Minero de Pilpilco.
Algún viejo recuerda:
“Allí se vivía en comunidad, porque era lugar chico; con facilidad se sabía lo que acontecía en cada hogar.
Todos, desde administradores de la mina hasta el más humilde de los obreros, participaban de esa comunidad de la que salieron profesores, marinos, carabineros, deportistas, jugadores, pastores de las iglesias, boxeadores.
“Pero sobre todo buenos mineros. Gente que tuvo que luchar por sobrevivir. Gente que, golpeaba hasta con los puños la tosca dura de la mina para extraer el tesoro del carbón.
Allí, desde la boca de la mina, era llevado por unas pequeñas máquinas a vapor; cada una de ellas con un nombre de valiente mujer mapuche: la Fresia, la Tegualda y la Guacolda.
Pilpilco, rodeado de cerros, poco a poco vio venir lo que llamaban el progreso!
Las chozas con techo de chupón se fueron convirtiendo en casas nuevas para los mineros que iban llegando de todas partes. Pero empezó también el quiebre de la comunidad: diferencias de clases socioeconómicas que se fueron agrupando en poblaciones separadas: la Población Oriente, donde vivían el Administrador, los técnicos, los jefes de oficinas. La Población Comercio, donde se encontraba la mayoría de los locales comerciales.
La Población Estadio, con varios pabellones colectivos que no tenían las comodidades de las otras casas. Estaba también la Población Retén, donde vivían todos los carabineros.
Por último, la Población Zenón Sáez, también con colectivos y en donde se vivían las alegres o agrias pendencias, las picardías y las trasnochadas.
Desde Curanilahue venía la gente más adinerada en carretas tiradas por bueyes. Otros llegaban a pie, caminando por cerros y quebradas.
Pilpilco vivió como treinta y cinco años. Murió joven.
El poblado tenía entretención: unas películas de los años 50 al 60 en un pequeño teatro, algunos programas fiesteros en las escuelas que existían, las fiestas patrias, en el verano los paseos al río Pilpilco o al Trongol...
Pero empezó a llegar la forestación: alrededor del campamento las grandes empresas madereras plantaron unos pinos que al comienzo parecieron inofensivos. Cuando los pobladores se dieron cuenta que bajo ellos no crecía vegetación, que no anidaban pájaros, que solo había un bosque frío como el alma de los empresarios, ya era tarde. Estaban invadidos por una vegetación extraña. Coincidió con el agotamiento de un sector de la mina.
Hacia 1960 se comenzó la explotación de Trongol Sur, una mina lejana a la que había que llegar arriba de unos camiones que tenían letreros ofensivos: "Transporte de Ganado".
Por 1970 ya era visible que Pilpilco comenzaba a enfermarse, y que esa enfermedad lo llevaría a la muerte. La gente inició sus traslados, el desarme comenzaba; poco a poco desapareció la planta de lavado.
En 1975 empieza también la agonía, y se llega al final. Pilpilco ya estaba medio sepultado por los pinos que le pusieron arriba, y cuyas raíces le tocaron el corazón.
Eso fue todo.